Debes irte, mirando intermitente desde alguna nube,
luego, si te lo pide, volver entonces con la cara lavada y el cabello besando tus pestañas.
Llorar en su pecho, a miserables veinte centímetros de su boca y en la mirada mojada gritarle un ahórcame o bésame.
Debes dejar que se mojen sus labios en el sabor de tus venas
y gritarle silenciosa que te deje.
Asegurarte que tu mano izquierda juegue con su pierna en la huida,
darle un tibio te quiero en su boca partida y morderle sin asco los poros.
Dejar luego que te seduzca, permaneciendo sentada en posición de loto,
ocultando los lugares por los que grita su abstinencia.
Debes darle una caricia con la palma izquierda y esbozar una sonrisa tibia,
pararte de golpe,
besar su frente,
mirarle la camisa gastada
y gentilmente, cerrarle la boca con un beso.
Después, en silencio, debes darte la vuelta,
y dejar que te bese, abriendo tus labios y lanzando sólo tres jadeos.
Debes mirar la puerta y lanzar un gracias, con entonación de te deseo y semántica de no me toques e irte de su vida por tres o cuatro días.
A tu retorno el tendrá la soga lista y tú te sentarás a esperar que hable
y envuelva tu cintura con ese tejido de versos manipula piernas.
Dirá esas palabras que suelen decirse, tocará con esa tibieza que suele tocarse,
mirará como suele mirarse y besará como debe besarse.
A la madrugada, morderá tu pie izquierdo y luego de besarte el labio inferior
y el de más abajo, pasará la soga por su cuello.
Entonces, comprenderás, que el bamboleo fino de caderas en la huida
deja siempre una tornasolada espina en su terquedad
Aceptarás que volverá por más
Que asfixiara independencias
Que será gota china en tu frente y
beso de taladro
Y se quedará en ti,
Y seducirá tu risa blanca
Y comerá tu fruto de mar
Y nuevamente soportarás
que no se largue.
luego, si te lo pide, volver entonces con la cara lavada y el cabello besando tus pestañas.
Llorar en su pecho, a miserables veinte centímetros de su boca y en la mirada mojada gritarle un ahórcame o bésame.
Debes dejar que se mojen sus labios en el sabor de tus venas
y gritarle silenciosa que te deje.
Asegurarte que tu mano izquierda juegue con su pierna en la huida,
darle un tibio te quiero en su boca partida y morderle sin asco los poros.
Dejar luego que te seduzca, permaneciendo sentada en posición de loto,
ocultando los lugares por los que grita su abstinencia.
Debes darle una caricia con la palma izquierda y esbozar una sonrisa tibia,
pararte de golpe,
besar su frente,
mirarle la camisa gastada
y gentilmente, cerrarle la boca con un beso.
Después, en silencio, debes darte la vuelta,
y dejar que te bese, abriendo tus labios y lanzando sólo tres jadeos.
Debes mirar la puerta y lanzar un gracias, con entonación de te deseo y semántica de no me toques e irte de su vida por tres o cuatro días.
A tu retorno el tendrá la soga lista y tú te sentarás a esperar que hable
y envuelva tu cintura con ese tejido de versos manipula piernas.
Dirá esas palabras que suelen decirse, tocará con esa tibieza que suele tocarse,
mirará como suele mirarse y besará como debe besarse.
A la madrugada, morderá tu pie izquierdo y luego de besarte el labio inferior
y el de más abajo, pasará la soga por su cuello.
Entonces, comprenderás, que el bamboleo fino de caderas en la huida
deja siempre una tornasolada espina en su terquedad
Aceptarás que volverá por más
Que asfixiara independencias
Que será gota china en tu frente y
beso de taladro
Y se quedará en ti,
Y seducirá tu risa blanca
Y comerá tu fruto de mar
Y nuevamente soportarás
que no se largue.